Regocijo supremo de la grotesca propaganda mediática posmoderna, el pedófilo no es más que una víctima de su desesperante necesidad de victimizar a su victimario. Esto estoy dispuesto a sostener, aún luego de las más diez mil horas de transmisión televisiva y cien mil páginas de prensa escrita empecinada en la descripción minuciosa del hasta más ínfimo detalle de la enfermiza monstruosidad del criminal sexual y de sus avergonzantes fechorías, con toda prescindencia de un análisis físico-psicológico apropiado; digamos, con el mismo rigor argumentativo con el que la ya mencionada maquinaria mediática presenta a los individuos en cuestión, pero con el fin tajantemente opuesto de quebrar el paradigma del violador contemporáneo. O por lo menos, de presentar alternativas a ese paradigma que a muy pocos o a nadie van a importarle a fin de cuentas. Absténgase aquel que tergiverse la dirección de este ensayo desentrañando una interpretación que busque alentar la perpetración de estos crímenes, de utilizar esa interpretación abiertamente como justificativo de su potencialmente dudosa conducta.
Sucede que el Mundo es Caos, así como es Caos todo lo que ocurre por fuera de sus bordes y es Caos todo aquello que en él esté contenido. Las sociedades humanas no escapan a esta realidad, sino que la complementan deliciosamente; al punto de habernos proveído a quienes las integramos las herramientas conceptuales para formular este tipo de hipótesis. Ni siquiera en la mente humana (o mejor, menos aún en la mente humana) puede el hombre encontrar un orden subyacente. Tenemos entonces, por un lado, caos o desorden total, tanto en nuestro interior como en la infinidad de estímulos externos que nos acosan continuamente: potencial ausencia de rasgos bien definidos que permitan el hallazgo de una causalidad acertada que dé cuenta del motivo por el cual pasan las cosas (dado que el Mundo es Caos porque todas las cosas poseen una determinada Causa), y por otro lado, el puñado de individuos que hoy nos conciernen, a saber, los que se deleitan con el sometimiento sexual involuntario de un impúber indefenso. Presentándolo así, y luego de reflexionar mínimamente sobre estos temas, sólo obstinados e ignorantes exigirían una más específica enumeración de razones para defender mi tesis. Las daré, simplemente por el hecho de que la gran mayoría de la gente es, de hecho, obstinada e ignorante; y porque cada vez son menos quienes vislumbran, o cada vez se requiere de un esfuerzo mayor para que el ser humano promedio pueda vislumbrar por un instante lo vacuo y efímero de su existencia (si bien una vez que se ha alcanzado ese plano, todos somos víctimas, o no somos Nada: esto es a gusto del consumidor).
Se infirió al principio que el pedófilo también puede ser una víctima; y en efecto, lo es. El pedófilo es víctima, tanto de ese Caos de intrometidas invasiones de eternos estímulos externos, como del horrendo Caos emocional desatado por un enigmático pasado personal, cargado de un contenido tal que torcería cualquier intelecto sano. El pedófilo es víctima del Caos de cada esfera o sector social, del Caos interno de cada individuo “normal” que conforma esas esferas, y que canaliza su caótico odio de inexplicable origen contra quienes cometen los actos que ellos mismos juzgan (o les han enseñado a juzgar) como malvados. El pedófilo es víctima de todos los que se tragan periódicos y noticieros, y demás medios que no hacen otra cosa que alimentar, cotidianizar y multiplicar aquellos mismos hábitos perversos que sus consumidores aborrecen. El pedófilo es víctima de todas las amas de casa y de todos los padres de familia del mundo. El pedófilo es víctima de la limitada y limitante moral occidental, impuesta por la escuela, por el juez, por la iglesia, por el hogar.
El pedófilo promedio es padre de familia, o bien maestro de escuela, o (¿cuándo no?) algún destacado miembro eclesiástico, entonces aquí tenemos un problema.
Difícilmente alguien pondría en duda que el que viola a un infante no lo hace sin saber que su conducta podría llegar a resultar condenable por los demás miembros de su tribu. Aún así lo hacen. Es necesario, por tanto, que existan causas determinadas y posiblemente bien definidas que lleven al pedófilo a romper momentáneamente el bagaje de moral social que tiene incorporado durante la perpetración de su delito, pues ningún ser humano contemporáneo se arriesgaría a ser etiquetado como violador de menores así sin más. Nadie se ha preocupado por investigar o difundir dichas causas (desentendámonos, desde ya, de la psicología, ciencia que sólo busca el determinar qué es lo sano y lo normal, y la justificación injustificable de porqué algunos individuos pueden y deben ser “anormalizados” y aislados del resto). De la misma manera, nadie se ha preocupado por investigar y difundir con rigor y seriedad las consecuencias y secuelas que producen en los niños acosados las vivencias ocurridas. Causas y consecuencias que, correctamente tratadas, podrían efectivamente reducir el número de casos.
Mas no resulta serio bajo ningún punto de vista un poco más riguroso que el de ciertas personas que cualquier información masiva que circule sobre el tema no es más que una perversa falsificación de los hechos. El público ha sido educado para no indagar sobre los motivos, y para engullir obedientemente el ciego discurso de la masividad, que se reproduce a diario y sistemáticamente, manteniendo su estructura intacta y alternando solamente a los personajes sobre los que se enfocan las cámaras. El pedófilo simplemente ha pasado a ocupar el lugar de las primeras planas que antes ocuparan otros monstruos antisociales que ya han sido naturalizados, tales como ladrones, drogadictos u homicidas. El Mal de turno siempre debe renovarse, es condición básica y fundamental para mantener un sistema de control impecable, pues es así como funcionan las sociedades modernas. Antaño, los padres seguían el rastro de las amistades y horarios de sus hijos con la siempre oculta intención de protegerlos de las múltiples amenazas de la calle. Hoy día, mamá y papá no sólo deben continuar y agudizar estos controles, sino que a ellos se suma la necesidad imperiosa de asegurarse que hasta los maestros sean lo suficientemente decentes como para que su hijita regrese a casa con el himen intacto. Y bajo tal atmósfera de seguimientos opresivos constantes, se reduce cada vez más significativamente el tiempo que los padres pasan con sus hijos para crear lazos de amistad y cariño genuinos. (Lazos que son condición fundamental para que el retoño no se convierta en el futuro en, por citar un ejemplo entre muchos, un pervertido sexual).
En lugar de ello, sólo se busca el consumir y acumular casos, el ver cómo y de qué modo el victimario sometió a su víctima, y obtener hasta el más pequeño detalle del hecho en sí.
Luego, por supuesto, vendrá el reclamo por justicia. Entiéndase por ello, el hecho de difamar públicamente al criminal, seguido de una larga condena que deberá cumplir el mismo en el servicio penitenciario. Justicia que no se basa en la búsqueda de las causas, sino de los hechos. Justicia que no se basa en la posibilidad de revertir o evitar futuras situaciones posibles o similares, sino en la búsqueda de Un Culpable particular, y en enterrar su violencia con más violencia. Vivimos en un mundo que considera que esto es Justo. Y en el que muy pocos se dan cuenta que solamente se persiguen ideales imposibles, ingenuos y puramente subjetivos. Ideales tan lejos de ser alcanzables como la realidad está de ser cognoscible.
No hay mundo, no hay unidad, no hay bondad ni maldad. Hay caos y multiplicidad de sujetos, subjetividades y significados: jungla y el irrumpir del más fuerte. La verdad no existe, y la Justicia es Conflicto: es violencia, contienda, movimiento, generación y muerte. La justicia es dialéctica y la humanidad fue, es y será una masa amorfa de infradotados.
Y si al universo subyace, en última instancia, un orden verdaderamente Justo, es necesario que esta humanidad sea eliminada del mismo, y pronto: Justicia es el fin del mundo.
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tibios...
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