jueves, 26 de marzo de 2009

El Bisabuelo.




El Bisabuelo era un hombre espantoso, realmente espantoso; entiendo y tomo en cuenta el hecho de que la gente de antaño era sin duda mucho más horrible de lo que hoy día somos nosotros, en este mundo gobernado por la estética. Pero aún tomando en cuenta esto no puedo dejar de afirmarlo -o tal vez incluso debo afirmarlo con más énfasis-: el Bisabuelo era un hombre realmente espantoso; tanto que yo nunca pude explicarme y probablemente no pueda explicarme jamás bajo qué circunstancias la Bisabuela consintió unirse a él en el privado ritual del coito (previo matrimonio). El Abuelo, en cambio, nació siendo ya bastante más agraciado -o bastante menos desgraciado-, cosa que el Bisabuelo no le perdonó nunca, y probablemente fue ésa la razón principal por la cual lo envió solo y con los dieciséis recién cumplidos a este puertucho alejado de la Europa, en el tiempo en que los gauchos y los indios todavía gozaban de una existencia que trascendía los manuales escolares.

Innumerables aventuras; innumerables peligros acecharon el escroto del Abuelo en sus cansadores viajes y sacrificados empleos a lo largo y a lo ancho de los crueles Buenosayres. El caso de mi Padre no pienso mencionarlo...












Lo que sí pienso referir con todo esto es una cuestión más metafísica, mas lo haré asumiendo mi inconsistencia y mi vergüenza; pero a pesar de contradecir mi más profundas intuiciones estoy obligado a expresarla: y es que por más negador de un Principio (o un Fin) Divino, o por más defensor del devenir más caótico e irrefrenable que pueda ser uno, no debería de escaparse el hecho de que Todo lo que ha pasado en el Universo, la infinita e inabarcable sucesión de eventos que se desprendieron y desprenden desde que el Universo es Universo, ha obedecido tales circunstancias y se ha dado de modo tal que Yo he llegado a participar de la existencia.

Y ese no es un hecho despreciable.