jueves, 20 de agosto de 2009

¡Oigamé, individuo!
A usted y no a otro “usted”
yo me dirijo. No eche en falta
ese silencio al que es asiduo
su cerebro: ¡escuchemé!
hace tiempo que cobijo
este deseo (residuo) de
cantarle al escondrijo
de sus sesos. Acaso
sea demasiado pedir
el intentar desviar su
mísera atención por
breves cinco minutos.
Hoy tengo la infantil
fantasía de que podré
ser entendido (¡Qué
ingenuo!) incluso por
usted, que es un otro
cualquiera, entiéndase,
respecto a mí. Aún así,
no soy (¿sabe?), muy
distinto de usted, no.
De hecho: somos, en
esencia (¿sabe?) todos
la misma mierda -se lo
digo yo-: llámele polvo,
llámele sangre, o alma…
en lo que hace a cada palabra, no voy a andar discurriendo: todos bien
sabemos que ninguna (que todas) quiere(n) decir nada, y es quizá por
eso -y por nada más- que las suyas valen tanto como las mías (ni se
le ocurra olvidarlo: también yo soy un burgués, en potencia y en
acto). Claro que al no valer nada y lo mismo todas, lo importante
del mensaje se despliega -y se agota- en el torpe revoloteo de un
lenguaje. Y quizá sea por eso (y solamente por eso) que le doy
hoy esta forma a mis palabras: sólo para intimidarle un poco
(y solamente un poco: ¡no se da la mínima idea de lo mucho
que me intimida usted a mí!). Para intimidarle… sepa que
a esta altura a nada mejor podemos aspirar (con la pluma).
Para darles que hablar, además, a los que hablan del par
forma-contenido (que son, según dicen, cosas distintas,
y lo dicen como si no fueran palabras). No me burlo;
también yo soy un hombre de teoría: es la práctica la
que nos demuestra con simpática elocuencia cómo
estamos siempre equivocados. Yo, solito aprendí
el marxismo, y solito -prontamente- me supe
desengañar. ¡Si le basta a uno con pisar la calle!
¿No lo siente así usted? Ahí está el verdadero
gran problema (en la calle): en lo que se nos
escapa de las manos… y estas manos ¡cómo
ansían el control de las cosas! Inútil: cada
ínfimo fragmento de esta amplia realidad
es un pequeño agujerito de fuga, por el
que escapa todo lo que supo ser alguna
vez; más bonito sería llamarla devenir
pero ¡qué valiente hay que ser para
aguantar semejante concepto! ¡O
qué cobardes somos todos! Por
lo menos aceptemos esto: por
lo menos, sepamos morir bien.
Moriremos -usted y yo, por
lo menos- sabiéndolo; mas
morir así -créamelo- no es
morir triste ¡Y yo que me
conformo con tan poco!
Conténtame tan solo el
saber que no llegaré a
la muerte triste, solo.
Me contenta tan(to)
solo escribir este
único texto y pres-
cindir de pensar
lo bello que
tiene de falso
la vida. Una
vida que ya
termina, y
termina
Triste
triste
nos
co
rt
a
/

(el aliento).