martes, 15 de diciembre de 2009

Garrapatas.

De garrapata la actitud de las conciencias frente a nociones metafísicas

(premisa I).

La Gorda Ruperta pasaba el escobillón como una Gorda que no quiere ver una sola miga de polvo en el suelo del salón comedor living del departamentito, y el Negro Montenegro tenía que levantar los piecitos esmirriados cada dos minutos porque la Gorda Roberta descubría que había dejado una motita de pan sin limpiar. Era dulcísima la GordaRuperta, era un caramelo, cinco minutos con la Gorda y una botella de edulcorante. El Montenegro chupaba el mate con ímpetu masturbatorio: se relamía en el verde jugo y en la espuma, leía y pensaba el diario. Cualquier cosa -pensaba el diario- para no darle pelota a la Roberta.


(A mí me enseño mi abuelo: ¿ves?, la agarrás así, entre el pulgar y el índice; la base de la muñeca la apoyás contra la piel para tener un punto fijo y hacer palanca, tirás y listo: de maricón, nada).

El Negro Monteverde distaba de estar contento, se esparcía sobre la silla enjuto (desnutrido, casi, si no lo conozco le digo: desnutrido), enjuto (¿vivía a mate? si no lo conozco lo pienso) en la silla se desparramaba.

(Así se arranca un hombre las garrapatas: de maricón, nada).

En otro tiempo el Monteperro estuvo lleno de garrapatas. Se agarraba a ellas con furor y ellas a él con (casi) miedo: tenían miedo, pero comían. ¡Y ¡menuda panzada! supieron darse esas garrapatas! No se conformaron con su sangre, y se colaron a su misma entraña. Eran garrapatas de río: soberbias, estables, dientudas. Poco y nada supo y sabe el Negro de las garrapatas de la Gorda... ¡Pero la Gorda Demierda era dulcísima! ¿No le digo? Un cargamento de miel era la Gorda. Barría con ímpetu masturbatorio. Bastábale la escoba esa para desentenderse del mundo todo: ¡qué delicia barrer como la Gorda Ruperta! ¡Qué empresa noble, qué sublime tarea; qué desgracia ser una miga en el living de la Roberta! (¿Tenía garrapatas, la Roberta?). “Ciertamente se aferra a su escoba” (¿y quién no tiene alguna que otra garrapata, escondida entre los pliegues, dígame?). La aferraba con pasión, sin miedo. La decisión de quien avanza en la vida sin garrapatas (¡¿…?!). ¿Sabíase acaso privilegiada, la muy Ruperta? “Como si no tuviera que andar pidiéndole disculpas al mundo por ser una Mierda” (pensaba Montenegro; pensaba, Montenegro).

Las conciencias se aferran a nombres propios como garrapatas a un perro

(premisa II).

(¿O estaba quizá tan atiborrada de garrapatas que ya ni Alma tenía?)

{En otro tiempo la pensaba en términos de conchuda, a la Gorda, mas el concepto más tarde espantólo: “¿Es correcto que tal cosa me signifique a mí un insulto?” Lo descartó al instante. Pero intentar inventar uno nuevo, original, nuncantesvistonioído, sería una tarea vana. El mundo rebosa de asquerosos ansiosos de llenarse la boca de psicoanálisis ante tales creaciones. “Mejor apegarse a las tradiciones”. Ahora sólo la pensaba como Gorda de Mierda o directamente Gorda Puta.}

Tiempo y mundo (y alma, quizá, un vez se dijo Alma) parecen ser, entonces, las garrapatas peores que aquejan al Negro Monteverde (las que se nos adhieren sin reconocimiento nuestro, las peores).

“Podría ser peor”; ahí seguía el Negromonte, raspando las hojas del diario, masticando la bombilla, haciendo garabatos, desparramándosele todito el cuerpo, mirando de relojeo a la Ruperta, masticando las hojas del diario, garabateando el cuerpito. ¡Cuanta estupidez se encuentra uno en el diario! Gente hay que dedica su entera mañana al diario. El diario esparce las garrapatas como los putos esparcen el SIDA, (el lenguaje) piensa el Hombrenegro. La gente, gusto por la sarna (la propia y la ajena): se aferran a las garrapatas como perros a nombres propios. Cínicos de los malos, de los peores. ¡Perros! Perros con garrapatas. Carraspea Montenegro y salta rápido a calentar el agua para otro termo.

(¡Y a la Gorda Mamerta no se le ocurre mejor ocasión para ir a barrer la cocina!) “Hasta acá me tiene, hasta acá”.

Y pocos más que yo la extrañarían si se fuera.

Y nadie -más que yo- sabría si…

Y solamente yo la debería…

Y sería (muy) facilísimo.

Ya fue, la mato.

Fue y la mató.

Pumba.











Sigue:

La bombilla la chupaba ahora con ímpetu chupatorio (pulsión, si, felicidades), pero no movía ya el piecito a lo loco, como lo mueven los locos, como siguiendo un jazz. Cargar a la Gorda Remuerta le cansó los brazos y los pies al Negro, la espalda, los ojos, la materia. (¿Le dije que era chiquitito, el Monte?). La cortó en el cuello, la metió en un envoltorio de bolsas de consorcio. Tomó cinco mates, se arrancó una garrapata de la mejilla y rió como mogólico. Arrastró el paquetón, pasillo abajo, y lo lanzó por el balcón. (“Ya lo encontrará algún niño”). Todo, todo había planeado el Montenegro, en cuestión de segundos. Un suicidio, sin duda, oficial. (Concluirían los peritos.) Un ama de casa, su rosado cuello cortado, dentro de una bolsa de residuos, se arroja por un balcón. Chocho el Montenigerio, subía la vista del diario, volvía. Carraspeaba, garrapateaba. (Sepa que esto no es más que un manifiesto para aprender a sabernos mogólicos: ¡imagine lo perfecto del mundo!: un lenguaje de puros verbos y risotadas). Paraíso; se sonreía el Negromonte, imaginaba: “Se suicidó y se tiró a la basura”; imaginando los titulares de mañana se pasó la tarde el Negro. A la noche había reunión de consorcio y todos los vecinos estarían presentes.

Todos aferrados a sus perros propios.

{Ahora bien, supongamos por un momento que no hay objeto alguno, propiamente dicho: no hay sustrato para sustantivos (ni propios ni ajenos). Ni materia, ni forma, ni idea ni espíritu ni razón ni cabeza ni proletario. No hay siquiera (¡ni siquiera!) caos. ¿Contra qué se yergue ahora el mogólico? Supongamos que no exista superficie de adherencia para garrapata alguna. ¿Contra qué se de(fine)fiende el perro?}

((Incluso) para arrancar una garrapata hace falta un punto fijo, de apoyo, donde palanquear con la muñeca, ¿ves? Mirá como se esfuerzan los dientitos por quedarse.)

Al día siguiente la primera plana explota: “GORDA MAMERTA SE SUICIDA Y SE TIRA A LA BASURA”. El diario yace desparramado en el pasillo junto a un Negropinto esmirriado, acurrucado y cobarde que llora como llora un niño sin nombre propio.