No ha de ser el orgullo consigo mismo lo que lleva a un autor a convertirse en tal, sino más bien, la vergüenza. Es sin duda la escritura el arte de aquellos que desean ser gente distinguida, pero a quienes nunca les ha ocurrido ningún hecho interesante en su vida, y por ende, deben recurrir a inventar estos hechos, y envolverlos en una ficción cuidadosamente elaborada, para que los futuros lectores pasen luego horas de su tiempo cavilando en si lo que acaban de leer le ha ocurrido verdaderamente al creador del texto o ha sido producto de una particularmente bien dotada imaginación. Claro que para hacer esto, los escritores al principio deben navegar a la deriva en los inabarcables mares del anonimato, y dedicar muchísimas horas preciosas de su vida a la sádica contemplación artística o filosófica de su entorno; contemplación que no ha de llevar más que a una vocación inútil e innecesaria para el progreso humano como es el oficio del artista (de cualquier índole), o del pensador (sin mencionar el hambre y las carencias materiales que sufren dichas criaturas).
Y aún así, para la media ignorante y conformista de la sociedad, el escritor aparece como un personaje diferente, especial, dueño de un don concedido a pocos, pensante, hasta podría decirse, intelectualmente superior al resto. Goza de un prestigio muy particular, sostenido por un infundado respeto a su sarta de delirios. No se dejen engañar, estimados lectores, ante estas falsas concepciones: el escritor es, ante todo, un ser tan común, corriente y mediocre como un verdulero, un mecánico, un kiosquero, un corredor de bolsa (o de carreras), un médico o una presidenta; es decir, un ser tan patético como cualquiera, que simplemente se vale de la maravillosa (y a esta altura, totalmente accesible) invención de la escritura para plasmar su aburrida e inconclusa subjetividad en pilas y pilas de papel.
Y llegamos así al primer punto importante de éste manifiesto: el papel es un bien cada vez más escaso en el mundo. Hoy en día observamos infinidad de talas indiscriminadas de árboles en diversas zonas del planeta (las que alcanzan su máxima expresión en el futuro desierto amazónico, antiguo pulmón del mundo) ¿Y para qué? Principalmente para la fabricación de papel ¡Papel que estos monstruos escribientes demandan sin consideración, sin segundos pensamientos por el bienestar de la humanidad toda! Exigen libretas, cuadernos, hojas y hojas de diversos papeles para imprimir en ellos sus insípidas poesías, sus falsas historias, sus complicados, circulares e inútiles razonamientos; y no les importa en lo más mínimo el hecho de que los glaciares se derritan, que las temperaturas suban, que se inunden las ciudades, que haya escasez de alimentos y agua... así es, señoras y señores, así de desconsiderada y egoísta es esta gente. Estamos hablando de papel que podría (o más bien, debería) utilizarse para la masiva elaboración de billetes, siendo el dinero un bien tan escaso hoy en día para la gran mayoría de la humanidad; pero no ¡Más de la mitad de la población mundial debe pasar hambre y soportar la peor de las miserias, para satisfacer el capricho de estos pseudo-intelectuales! Egoístas, que no sólo demandan papeles para la creación de su propia obra, sino también para la reedición de otros libros... ¡Libros preexistentes, que ya han sido impresos! Pues ellos no se contentan sólo con tener papel para su escritura personal, no, ellos desean también acaparar la mayor cantidad de libros posibles, de cualquier autor, cuantas más páginas mejor, y acumularlos en extensas bibliotecas; no importa si realmente se dedicarán a leerlos o no, ellos simplemente desean poseerlos, esgrimiendo el vergonzoso argumento del valor simbólico de dichas obras, y apelando a la sensibilidad de los débiles.
Cuestión importante es también el uso que estas bestias alfabetizadas le dan a la lengua. Es evidente para cualquier ser humano en su sano juicio que el exceso de lectura o escritura conlleva, inevitablemente, al exceso de pensamiento; y no es éste un mal menor: nadie que lo haya padecido se ha recuperado correctamente. Es una dolencia que lleva a los devastadores tormentos de la angustia eterna; a la locura intelectual; al flagelo de las drogas; a una inteligencia que crece hasta sobredimensionarse, para finalmente colapsar en la demencia. Una enfermedad más seria que cualquiera de las conocidas por el hombre. Sin exagerar, me atrevería a llamar a este mal: “cáncer del alma”, y su única cura: el suicidio. Si, estimados lectores, estamos hablando de un mal incurable; tal es la gravedad de este asunto, y aún así, nadie parece advertirlo o darle la menor importancia. Es tiempo de tomar conciencia, y es por ello que he decidido, luego de extensas meditaciones, comenzar a escribir estas líneas, con la esperanza de develar las conspirativas maquinaciones que atentan peligrosamente contra el progreso del ser humano.
Si aún luego de estos indiscutibles argumentos no he terminado de convencerlos, no hace falta más que observar las devastadoras consecuencias que han traído a la humanidad ciertos libros, como la Biblia, Mein Kampf, el Corán, o el Manifiesto Comunista (por citar algunos ejemplos); todos precursores de años y años (y en algunos casos, hasta siglos) de sangrientas guerras y muertes innecesarias, en el nombre de ideas descabelladas, producto de la envenenada mente de diversos lunáticos. Seres inadaptados que escapan del mundo social, material, tangible, para refugiarse en el de las ideas huecas, inconsistentes, carentes de todo sentido práctico; comunicándolas de un modo tan sutil y elegante, que atrapan a las mentes desprevenidas, y las modelan según sus retorcidas intenciones. Es sólo cuestión de tiempo luego, para que choquen los intereses entre miles de ideas contradictorias, y éstas lleven a los pobres hombres controlados por ellas, cegados por las mentiras, a violentos e irresolubles conflictos siempre teñidos de sangre y de muerte.
No nos dejemos engañar, no caigamos en la red de mentiras que estos repugnantes esbozos de ser humano, en nombre de la "razón", tejen para ganarse el apoyo de la opinión pública; no seamos cómplices de sus falsos conocimientos; no asimilemos como verdades los textos infernales que ya tanto daño han causado en este mundo. La escritura representa el atraso, vivimos en una era en la que el pensamiento ya no es necesario: tenemos la sabiduría, la tecnología y la diversidad de artefactos necesarios para que éstos piensen y actúen por nosotros, ahorrándonos esa difícil y agobiante tarea, que ha llevado a tantos a la depresión y al suicidio, acto este último harto retrógrada. Basta ya de sucumbir ante ellos, debemos formar un frente unido y detectar a estos seres desviados antes de que sea demasiado tarde, enseñarles el verdadero camino, y construir así, de a poco, el mundo feliz y libre de angustia que todos nos merecemos.
5 comentarios:
estamos en el mismo canal
en varias cuestiones
por lo demás, ya lo conversaremos.
Jaja...
Solo falta inventar el SOMA.
Me pararía y te daría la mano
pero bueno
todo eso si lo hubiera leído en un papel adelante tuyo
jaja
excelente Gonza
por mas éxitos ciberneticos
nos vemos
Gonza, muy bello manifiesto...
Sobre todo en épocas de buscar la eternidad con citas pequeñas en vez de desarrollar ideas un tanto mas sabrosas.
Un abrazo de un peatón de la reflexión
mundo feliz el de nosotros los locos.
el de nosotros los artistas...
el tuyo
el mio
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